Melania Trump en amarillo Carolina Herrera y la Princesa de Gales en oro Chantilly: Windsor convirtió el banquete en un desfile de diplomacia en seda y encaje.

Melania llegó envuelta en un amarillo tan radiante que los invitados agradecieron que la organización no repartiera filtros solares junto al menú. El vestido de Carolina Herrera – hombros al aire, mangas largas y un cinturón lila que parecía murmurar “Mar-a-Lago nunca descansa” – fue coronado con pendientes de esmeralda dignos de un joyero de película. Detalle no menor: remató con unos Manolo Blahnik, porque el guiño británico nunca sobra.

Catherine, en cambio, jugó la carta del oro fino. Se vistió de Phillipa Lepley y se cubrió con un abrigo de encaje Chantilly bordado a mano: rosas, nudos franceses y flores de satén, como si cada puntada fuera un tratado de artesanía británica. Y por supuesto, desempolvó la Lover’s Knot, la tiara que habla por sí sola y que la conecta con la realeza de ayer y de siempre.
La Reina, sinusitis incluida, se presentó en azul real con la tiara de zafiro belga, demostrando que ni los virus ni la diplomacia hacen sombra al deber. En la mesa, entre los 160 invitados, se cruzaban vestidos escarlata, chaquetas marfil y conversaciones entre secretarios de Estado y primeras damas.
Al final, la moda cumplió su misión: coser respeto y cortesía entre dos banderas con seda, encaje y una pizca de brillo calculado. Y aunque el amarillo de Melania pueda dividir opiniones, quedó claro que, en Windsor, los tratados también pueden escribirse en puntadas doradas y destellos de esmeralda.
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